viernes, 18 de noviembre de 2011

Día trece

El transporte
Movida por las ganas de aprender me inscribí en un seminario universitario.  No tenía resuelto con antelación el modo en que me desplazaría, pues en días anteriores no faltó el amigo caritativo, el familiar generoso que me hicieran múltiples acarreos, o en el peor de los casos, uno de los miles de taxis que se atiborran en las calles de Medellín.  Había observado que frente a mi casa pasaban busetas verdes de tamaño mediano que entre los letreros de la ruta decían Metro. La ventaja de este servicio integrado es que ofrecía una tarifa igualmente integrada, dos mil cincuenta pesos por los dos pasajes, en lugar de los mil seiscientos por el bus y mil cuatrocientos por el Metro.  Una vez arriba de la buseta descubrí que no era tan simple, pues para que saliera barato había que comprarlos con antelación, así que pague mil seiscientos.  Aunque estaba llena, logré pasar la registradora y acomodarme en el tumulto.  Una vez llegamos a la avenida Las Palmas a un ritmo de no más de diez kilómetros por hora, una señora decidió bajarse y no se me ocurrió nada mejor que dejarla salir con la mala idea de cruzar la registradora.  Cuando intente volver a mi lugar, el señor conductor me detuvo: quédese ahí sino la registradora vuelve a contar.  Para este instante el paso por Las Palmas estaba lo suficientemente despejado como para sentir que podía caerme en cada curva, pues la puerta, violando toda norma de tránsito y de seguridad, estaba abierta de par en par.  Menos mal que iban un par de colados que estaban más afuera que yo, y en caso de accidente caerían primero.  Cuando llegamos a la “civilización” el conductor debió cerrar la puerta para lo cual me aviso muy cordialmente que me corriera.  No así cuando quiso volver a abrirla por lo que casi quedo atrapada entre la puerta y la barra de contención.  El grito alertó al amable conductor que me liberó.
Después, en la estación del metro, averigüé en la fila cómo funcionaban los tiquetes integrados, pero esta vez tendría que pagar la tarifa plena.  Ahora el Metro funciona con líneas alternas, que no paran en todas la estaciones, hay una línea ver y otra naranja, supuestamente el servicio es más rápido, aunque uno tenga que ver pasar trenes de largo, y esto incremente la sensación sicológica de la espera.  El tren iba lleno, pero con suficiente espacio para respirar, se sienten un olor a limpio, a perfumes variados incluido el mió.  Si alguien se incomoda, la publicidad de Bancolombia le recuerda que no tiene que viajar en Metro, ellos le prestan para que compre un carro, no se puede evitar sentir que sería más cómodo viajar en auto propio sobre todo porque donde mire está el mismo letrero que se repite hasta el hartazgo.  Pero la voz pasmosa del un locutor que anuncia la próxima estación y el ritmo lento del aparato me relajan.  Dos estaciones siguientes el mensaje del anuncio cambió, decía más o menos así: si va a toser o a estornudar utilice pañuelos, no lo haga encima de los demás, esto nos hace más educados.  Recordé de inmediato los manuales de urbanidad de otras épocas.  Finalmente llegó a la estación Universidad y desciendo las escaleras en medio de un tumulto de estudiantes que van a decidir si estudian, porque como en Chile y Costa Rica, los estudiantes volvieron a despertar.
Coda
Desde el inicio del Metro no han faltado todo tipo de mensajes que intentan calar en inconsciente colectivo para hacernos más educados, decentes y mejores personas.  Ahora también están dichos en inglés, para que seamos un pueblo moderno, bilingüe, pero sobre todo para hacerle más agradable la visita al turista gringo.

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